Maximiliano
Basilio Cladakis
Baila. El baila. No lo hace muy bien pero no
importa. Se deja llevar por un instinto omnipotente que lo embriaga en cuerpo,
alma y espíritu. La Alegría brota de él, lo desborda, se sabe más allá de sí
mismo. Es el centro de un círculo infinito. Lo aplauden y ovacionan. Se siente
Dios. Lo sienten Dios. Es Dios. No el Dios cristiano. No se trata de ese Dios
que sufre, de ese Dios del phatos universal
que carga sobre sí una cruz que pesa la humanidad entera. El es el Dios que
baila, alegre, ligero, casi Dioniso. Y su baile es interminable, eterno. Su existencia
es una fiesta perpetua de la que todos quieren ser parte. Es la Vida convocando
a la Vida. Y él es la Vida absoluta. Una
Vida que se impone frente a todo y que aniquila a todo lo no es ella misma. No
existen más colores blancos ni colores negros, ni desesperanza ni tampoco
esperanza. El mundo es perfecto, como su baile, en su imperfección, es
perfecto. Canta una irreconocible melodía en un irreconocible inglés. Las luces
giran sobre él; una multiplicidad de colores incandescentes, donde el amarillo
se declara soberano. Todos quieren bailar y teñirse de ese color que niega los
contrarios. El los invita. Es solidario, su Alegria es tan monumental que necesita
extenderse sobre el mundo. De a poco, la gente comienza a entrar en el círculo.
Primero lo hacen tímidamente, pero luego pierden todo candor. Sus penas, sus
miedos, sus preocupaciones, sus ideologías, su ética, su humanidad se diluyen
en un carnaval permanente que niega hasta los más mínimos vestigios de pasado y
de futuro. Todo es Alegría. Todo es Vida. El Universo se torna Amarillo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario