Amane/siendo entre el rocío
y las ramas de una copa frondosa
de aquel árbol.
Amaneciendo junto a las
hojas de los perfumados Tilos
de aquel Centenario parque.
Brote claro
de una mañana silenciosa.
Quietud de ciudad
en el albor de la mañana.
Rocío en la hierba,
como lágrimas de un nacimiento
o de un final
de un encuentro amoroso
tierno y cálido.
Existencia desnuda:
en un lecho que amane-se.
Ya no,
deseo reprimido
ni presencia ausente.
Solo quietud naciente,
en el silencio de mi alma-agro.
Sin resaca de un amor partido
Ni sinsabores de un desencuentro amoroso.
Silencio,
solo silencio
sin palabras que destilan sangre,
ni encarcelan sentimientos:
Lejanía de amor y presagios de desencuentro.
Ecos de un una historia sin historia.
Tierra removida y abono de lágrimas y silencio.
Silencio en aquel brote,
en aquellas hojas,
en aquel árbol.
Quietud en esta mañana.
Recogedor silencio
en las voces del viento
de aquellos árboles de aquel parque.
Un coro de vientos
dibujan mandalas
en el lago Centenario.
En la tenue claridad del amanecer,
letras sacudidas por la brisa,
se escriben en el espejo del lago
con la gramilla de los Tilos perfumados.
Ellas aparecen,
antes que la luz
las oculten.
Los árboles viejos las repiten
en el movimiento silencioso de sus ramas.
Las flores en sus nacientes y llorosos capullos,
las dicen sin hablar.
La verde hierba esconde las palabras
ante la desaparición de
la noche estelar.
En mi costado ingresan, aquellos grafismos escondidos,
de aquel lago,
de aquellas flores,
de aquella hierba
de aquellos tilos perfumados
de aquel Centenario parque
En la quietud de este pasaje
de la noche al amanecer crepuscular,
el coro silencioso murmura
entre el chasquido
del viento y del agua:
“Nada,
dijo.
Nada,
ha dicho.
Nada,
dice.
Nada,
dirá”.
La germinación es en silencio.
Y un brote me irrumpió, el tajo.
Leandro
18-12-2010
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