Poiesis, Producción literaria

miércoles, 9 de abril de 2008

Inmolación


Maximiliano Basilio Cladakis



La multitud se entregaba a los manjares y al vino mientras la sensualidad descollaba por todas partes. El estupor y asombro habían dado paso a la alegría del festejo. Sólo Alejandro, el joven rey y aún más joven dios, permanecía, inmóvil y en silencio, frente a la hoguera donde se consumía ese ser que, para él, había sido tan cercano como distante.

El hindú había acompañado a los ejércitos del hijo de Zeus Amón durante largo tiempo. Se había unido por propia voluntad y nadie sabía bien las razones. Era uno de eso “sabios desnudos” que renunciaban a los placeres corporales y que creían que la existencia era una rueda en la que cada acto se repetía una y otra vez eternamente. Nunca había entrado en combate y tampoco había participado nunca en los festines ofrecidos habitualmente por el rey. A veces pasaba días en ayuno y sin pronunciar palabra alguna. En una ocasión, un soldado le preguntó sobre los motivos de su comportamiento, a lo él respondió que se preparaba para regresar a “lo que siempre pervive”. Si bien a nadie le caía mal todos coincidían en que se trataba de un hombre absolutamente exótico e incomprensible. Pero aquella mañana, Calo (tal era el nombre del hindú) había tomado una decisión que sobrepasaba los límites de la extrañeza, había tomado la decisión de inmolarse. Al saberlo, griegos y persas se reunieron para presenciar tan inusual espectáculo. Ante el asombro general Calo se dirigió a la pira y dio su vida a las llamas, no sin antes pedir que ese sea un día de alegría y celebración y no de tristeza.

Ninguno de los espectadores entendió las razones de lo sucedido y, a decir verdad, la posibilidad del banquete hacía que tampoco les importara demasiado. En tanto se consagraban a Dionisos, conformábanse con hacer de la “locura oriental” la explicación más acertada. Alejandro, por el contrario, tenía muy en claro lo que había ocurrido.

Al contemplar la manera en que la carne desaparecía de los huesos el rey comprendía que el hindú se había despojado de su mortalidad para volverse uno con el Fuego Eterno que subyace en todo lo que es. Comprendía, también, con horror, que él era ese Fuego Eterno encarnado en un hombre y que, a diferencia de los demás mortales, no debía despojarse de nada ya que “Alejandro” era nada.

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